Días atrás conversaba con un grupo de colegas y con otros agentes de cambio un caso que viví directamente y que me pareció muy curioso. Lo cierto es que muchos pensaron que no podía ser cierto.

Antes de describir lo ocurrido quiero enfatizar que la medicina hace grandes avances al detectar cosas que no funcionan bien. Y en mi campo, la psicología, cuando algo se sale de lo esperado, se convierte en una gran fuente de aprendizaje y nos abre perspectivas para comprender el “funcionamiento normal”.

Un ciego que ve

Vamos a los hechos: realicé un acompañamiento hasta Toledo de un usuario de una institución psiquiátrica (Carlos, nombre ficticio). Nadie me advirtió que Carlos era ciego, y durante la primera parte del trayecto hablamos sobre lo hermoso del paisaje (ahora creo que era sólo yo, pero me respondía y hacía comentarios). Únicamente cuando paramos a hacer un descanso noté que algo andaba mal, porque tropezó un par de veces.

Lo cierto es que Carlos creía que veía. Cuando la madre me dijo que había quedado ciego no cabía en mi asombro. En realidad, no se daba cuenta de que era ciego. Me dijo que tenía algunas dificultades porque estaba esperando que le entregaran sus lentillas (lentes de contacto). Cuando llegamos a su pueblo salió a la calle y saludó a unas personas y hacía un intento por guiarme (digo intento porque dimos vueltas por la misma calle sin llegar a ninguna parte).

¿Cómo alguien puede no darse cuenta de que no ve? ¿Es eso posible?

Luego recordé mi sensación cuando sufrí un desgarro de la cornea. Tenía una gran mancha en el centro del campo visual del ojo derecho. Imagina lo incómodo que resulta. Poco a poco esa mancha fue desapareciendo. Lo que me dijo el oftalmólogo es que la mancha sigue allí, pero el cerebro deja de interpretarla. La omite. Al igual que omite la montura de mis gafas.

Y así, si lo que “vemos” es sólo una interpretación que hace nuestro cerebro a partir de la información que recibe. De esa misma forma, hay personas que aseguran “escuchar los colores” (sinestesia). Entonces, es absolutamente posible que una persona que no ve, crea que ve. Su cerebro construye todo un mundo visual.

Podemos entonces afirmar que el mundo tal como lo conocemos, no es más que una colección de conclusiones a las que llega nuestro cerebro.

Ejemplos de cómo tu cerebro acomoda la información

Este es un buen ejemplo de ello:

¿De qué color es esta zapatilla?

Esta imagen se hizo viral, Simplemente porque no todos la vemos del mismo color. Algunos la ven gris con detalles verdes (es mi caso) y otros la ven rosa con detalles blancos (eso ,me dicen).

La anterior es otra conocida ilusión óptica. Las líneas horizontales son paralelas, aunque no lo parezcan. La distorsión que ves es producida por tu mente.

De esta forma, nuestras certezas, nuestras creencias, nuestros juicios, no son sino una construcción conveniente que realiza nuestro cerebro. Es por esto por lo que es tan difícil cambiar. Nuestro cerebro defiende a toda costa las conclusiones a las que ha llegado. Es un imperativo evolutivo.

¿Y esto qué tiene que ver conmigo?

Entonces, si el cerebro de una persona ciega es capaz de convencerle de que ve, ¿de cuántas cosas ha sido capaz tu cerebro de convencerte que veías cuando la «realidad» es diferente?

Te parece «obvio» que tu jefe es un «incompetente». O que tus compañeros de trabajo «la tienen tomada contigo». O que conoces mucho sobre un tema, cuando en realidad no es así.

Para concluir debo decir que todas las certezas absolutas son peligrosas. Creo que es sano otorgar un margen de error a nuestras conclusiones sabiendo que no somos infalibles. «Tener la razón» es una fantasía, y que si el ciego me dice que ve, pues ¿Quién soy yo para juzgarlo?

Por ricardo

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